ROSA MARÍA SUÁREZ
La muerte es un proceso inherente a la vida misma y a pesar de que vivimos con esta dualidad, la pérdida de un ser querido es un evento de gran impacto emocional que afecta a todos los componentes del sistema familiar, aunque cada uno estos componentes puede percibir, interpretar y afrontar de forma diferente la pérdida.
La posición o rol que la persona fallecida tenía en la familia, las relaciones que establecía con cada uno de los miembros del sistema, y las mismas circunstancias de la muerte, determinarán el proceso del duelo.
Una pérdida y un duelo no elaborados adecuadamente, puede llegar a ser patológico, llegando a elaborar, incluso, problemas emocionales e incluso psicopatológicos.
Expresar esos sentimientos de pérdida, incluso hacer rituales, ayuda a hacer el proceso más llevadero.
- Bowlby es uno de los autores que más escribió acerca de la teoría de apego y define el duelo como “un proceso psicológico que se pone en marcha debido a la pérdida de la persona amada, y que se manifiesta como una activación de la conducta de apego”
Según este autor, en el duelo patológico pueden darse 3 grupos de variables esenciales:
1.- Características personales de la persona que sufrió la pérdida,
2.- Experiencias infantiles de esta persona con figuras de apego relevantes, como madre, padre u otros cuidadores
3.- El tipo de procesamiento cognitivo del duelo.
Las personas vulnerables a desarrollar un duelo patológico:
-Aquellas que establecen relaciones afectivas cargadas de ansiedad y ambivalencia (en términos de apego sería de tipo ansioso).
-Otras que establecen sus relaciones afectivas cuidando compulsivamente a otros.
-Y finalmente las que afirman de modo compulsivo su autosuficiencia e independencia respecto a cualquier tipo de vínculo afectivo.
Las personas descritas suelen reaccionar con culpa y autorreproches prolongados que conducirán al duelo patológico.
La pena prolongada de estas personas suele contener un elemento de autocastigo, es decir, como si el duelo perpetuo se convirtiera en un deber sagrado respecto a la persona fallecida y mediante el cual la persona superviviente puede expiar su culpa.
Expresar el dolor o pedir comprensión y apoyo, a veces pueden ser considerados indignos, infantiles o absurdos o incluso puede parecer humillante o ser expuesto-a a críticas y desprecio. Con esto no es raro que estos sentimientos se escondan, se repriman y que más tarde permanezcan inconscientes.
El por qué, que para algunas personas encuentran dificultad en expresar sus sentimientos tiene sentido cuando se entiende que dicha expresión depende de la familia en la que se han criado y así, las manifestaciones de apego por parte de un niño que no son toleradas por los adultos y como algo a superar lo antes posible y acompañado de discursos como que esos lloros o rabietas no son propias de niños “buenos” , la consecuencia final es que la persona hace de esas normas y pautas de conducta familiares como propias, por tanto ante la situación de pérdida se tenderá a reprimirlos y ocultarlos y así la persona que más necesita apoyo y comprensión es la última en recibirlo.
El duelo es un proceso de transición psicosocial que lleva a la persona a revisar y cambiar su mundo interno de presunciones, creencias y expectativas.
Cuando se experimenta ese dolor, parece que la propia historia personal se interrumpe, como si la vida se desorganizara.
San Agustín hablaba de 3 tiempos: un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y un presente de las cosas futuras.
El presente de las cosas pasadas es la memoria. El presente de las cosas presentes es la percepción o la visión y el presente de las cosas futuras es la espera.
En la pérdida de un ser querido todo es pasado, no importa el presente y nada se espera, así la persona vive en pasado constante y a veces se llega a una preocupación excesiva sobre la persona fallecida, llegando a tener pensamientos intrusivos o imágenes de la persona sufriendo o muriendo.
Para personas incapaces de expresar sentimientos y para quien intenta ayudar a hacerlo, nos podemos hacer preguntas como “¿cómo poner palabras a la pena?, ¿qué sentimientos son los que hay que expresar?, ¿qué es lo que impide su expresión?” y además de esto “¿qué pasa con esta persona que además de ser incapaz de expresar su pena, por qué es incapaz de superarla?” (esto último se da más en mujeres).
Los amigos o familias que permiten la expresión y el desahogo contribuyen a la resolución más rápida del duelo y a que la persona se reponga y se incorpore mejor a su nueva vida sin la persona querida.
Sin embargo cuando el entorno de la persona es más rígido, es más probable que la persona desarrolle un duelo prolongado y posiblemente acompañada de alguna patología (depresión, trastorno ansioso, somatizaciones……).
En los casos de personas viudas o viudos que están en este proceso y con un estilo de apego intenso que mantuvieron con el cónyuge fallecido tiene mucho que ver con otros estilos previos de vinculación y apego intenso que mantuvieron con personas relevantes como padre, madre o algún cuidador.
En estas personas el trabajo terapéutico no solo es la elaboración del duelo actual sino también con sus primarias figuras de apego. Ya que el dolor presente de la pérdida está nutrido por otros duelos anteriores no resueltos y que posiblemente en el momento de esas pérdidas anteriores la persona fallecida recientemente ya estaba vinculada o unida a la persona por lo que con su reciente desaparición posiblemente haya abierto más una herida primaria no cerrada. El dolor puede ser inmenso.
Las emociones más intensas provocadas por la pérdida de un ser querido son el miedo al abandono, el anhelo por la figura perdida y la ira por no poder encontrarla de nuevo y muchas veces incluyendo el impulso de buscar a la persona perdida en cualquier parte y con la tendencia a reprochar a cualquiera que pueda ser responsable, directa o indirectamente de esa pérdida ( médicos, familiares…).
La persona que ha perdido a un ser querido lucha contra el destino y el tiempo, queriendo recuperar los días felices que tan súbitamente fueron arrebatados, incluso a veces idealizando esos tiempos felices, algo así como que “cualquier tiempo pasado fue mejor.
Lejos de enfrentarse a la realidad y adaptarse a ella, queda bloqueada y atrapada en una lucha con el pasado y la trampa de la idealización y la fantasía.
El espacio terapéutico ayuda a favorecer la expresión de la aflicción y la aceptación de la situación, permitiendo una restructuración y una resolución más adaptativa y sana del duelo complicado y prolongado.
“Concede palabras a tu pena, la pesadumbre que no habla ata al agotado corazón y le muerde hasta romperle” W. Shakespeare.